domingo, 15 de noviembre de 2009

Consolando a una noche angustiada

Cuando las primeras gotas de lluvia tocaban mi ventana, comprendí que la silenciosa noche sufría por amor, pero… ¿cómo ayudarla?, ¿cómo contener su angustia?, ¿cómo entender cuál era su pena?
Así, sin saber cómo consolarla, me quedé en silencio, con la mirada fija en el cristal, y en ese instante mi alma te trajo a mi pensamiento, ubicándote como el protagonista en una noche que llora penas de amor.
Quise identificar tu rostro, reconocer el tono de tu voz, percibir el aroma de tu piel, perderme en el infinito de tu mirada, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles, simplemente porque aún no te conozco.
Quizás podría haber adoptado la angustia de la noche, esa angustia gris y con sabor a soledad, que empaña los ojos de lágrimas, pero no fue así… seguí imaginándote, dibujando con el corazón el brillo de nuestras almas al momento de encontrarnos, soñando con los ojos abiertos el maravilloso instante en el cual el amor se adueñe de nuestras vidas, sintiendo cómo nuestras alas se desplegaban y nos depositaban al final de un arco iris, donde miles de ángeles nos esperaban para ayudarnos a cumplir nuestros sueños, que a partir de esos segundos eran sólo nuestros.
Lo pensé con todas mis fuerzas, lo ansié con todo mi corazón y lo guardé en el seno de mi alma, tan intenso fue imaginarte que la misma noche se admiró de mí, tal fue su asombro que dejó de llorar, descubrió que no estaba sola, que el brillo de las estrellas la invitaban a soñar y pensar que todo puede ser posible.
Yo no sabía como consolar a una noche que lloraba penas de amor, pero logré cambiarle sus lágrimas por nuevas ilusiones; tampoco sé cómo ni cuando te encontraré, aunque tengo la certeza de que pensando en el amor, y creyendo en él, te acerco un poquito más a mi vida.
Mi amor, dónde quieras que estés, no dejes de pensar en mí, como yo tampoco lo haré; pensándonos nos acercamos un poco más a nuestra eternidad.


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